12 de noviembre de 2012

"Se han vuelto carne de cañón de gente de dudosa catadura"

Alejandro Navas, sociólogo de la Universidad de Navarra y Doctor en Filosofía, que estará con nosotros el próximo jueves 29 de noviembre para hablarnos de 'Los adolescentes y la familia, su escuela de libertad', ha sido entrevistado este lunes por C. Lago del Diario DEIA.
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¿Habría que revisar los actuales modelos de ocio juvenil?
Los jóvenes solo han reproducido los modelos existentes porque España ha sido pionera en la cultura de la noche en Europa. De hecho, una oferta turística para europeos es venir a la noche española. Hay vuelos charter con fin de semana en la playa, sin dejar de beber, con fiesta continua, durmiendo en el vuelo de regreso. Esta es una práctica muy difundida. Es una singularidad.

El coctel de muchedumbre, alcohol, nocturnidad... ¿es peligroso?
Sí. Todos sabemos que en cualquier recinto cerrado, donde hay una aglomeración de gente y donde se consume alcohol, droga u otras sustancias, pasan cosas. Y además pasan cada sábado. No hay más que ver los comas etílicos de los servicios de urgencia de los hospitales.

Pero no se hace nada.
Aunque las autoridades educativas, los municipios y los padres ya están un poco amedrentados, creen que intentar ordenar, regular o limitar esas prácticas sería algo autoritario, represor, de reminiscencias franquistas. Por eso nadie se atreve a decir que quizá estos modelos de ocio masivos tienen peligros que hay que evitar de raíz. La noche tiene para adolescentes y jóvenes un plus porque es un ámbito de libertad, de ausencia de adultos y eso explica su atractivo. Pero luego está lo negativo: se bebe, no se controla, hay accidentes de tráfico...

Aunque cada vez se adopten más medidas de precaución.
Sabemos mucho sobre flujos humanos en grandes concentraciones, conocemos casi todas las cautelas en los protocolos. Se dice que las salidas de los locales deberían tener una trayectoria de zig-zag para que existan ángulos y se libere la presión en una posible avalancha. Podemos velar para que se cumplan las ordenanzas, para que no haya fraude en la reventa de entradas, pero, aunque todo funcione a rajatabla, es difícil erradicar el peligro porque la gente bebe y se descontrola. No se puede pretender poner una causa y que no haya efecto.

Se practica un ocio muy consumista. Hay que amortizar la entrada bebiendo todo lo bebible.
En muchos cotillones de fin de año, donde van chicos de Bachillerato, se calcula de media una botella de alcohol, vodka, whisky... por persona. Y se produce una gran paradoja porque esa forma de ocio, ese ámbito de libertad y autonomía, es un negocio que beneficia a empresas. Y los jóvenes son carne de cañón para el beneficio de empresarios de catadura moral dudosa. El ámbito comercial no es el más limpio ni el más transparente, y los jóvenes hacen el juego a empresarios sin escrúpulos.

¿Existe demasiada permisividad paterna?
Hay dos generaciones de padres, los más mayores que han podido crecer en un entorno más autoritario y quizá, como reacción, se niegan a ejercer tanto control. Y los padres más jóvenes, fruto de la eclosión de la movida; fueron ellos mismos jóvenes liberados y emancipados y no tienen fuerza moral para imponer límites a los hijos, aunque está social y científicamente demostrado que hay que ponerlos.

¿No quieren o no saben?
Durante decenios si se castigaba a un alumno en el colegio, el hijo llegaba a casa y el padre doblaba el castigo. Ahora ocurre todo lo contrario. Cuando es castigado, los padres van como flechas al colegio para preguntar cómo se han atrevido a ese castigo. Ese hijo, -que es muchas veces único-, ha sido planeado y es un elemento esencial del proyecto de vida de los padres, en el que ellos se ven reflejados y proyectados. Al estar tan implicados, lo que se le hace al hijo, se le hace a los padres. Y quien ponga en duda al hijo, cuestiona a los padres. Por eso cuando es amonestado o regañado, el padre salta.

¿Consecuencia?
Hay unos hijos sobreprotegidos con muy poco o ningún autocontrol.

Hasta los menores se rebelan.
Aparte de las infracciones que se puedan producir en los controles legales, en la venta de entradas... muchas madres creen que porque llevan móvil ya los tienen controlados. La paradoja es que con los teléfonos creen que les vigilan, pero si los hijos quieren, engañan a los padres como chinos porque los móviles les permiten eludir fácilmente el control paterno y los padres no tienen ni idea ni con quién ni cómo andan sus hijos.

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